Dolor en niños

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El dolor en los niños



Son muchos los niños y adolescentes que padecen dolores recurrentes que pueden desvanecerse por si solos, o aumentar en intensidad y prolongarse en el tiempo. Este es un problema cada vez más extendido entre los más jóvenes, y es la antesala del dolor crónico en la edad adulta, sembrando el terreno a los llamados síndromes de sensibilización central (migraña, fibromialgia, fatiga crónica, colon irritable, etc).

Un afrontamiento adecuado es fundamental para la prevención y tratamiento del dolor, y más en esta etapa de la vida tan sensible al aprendizaje, en la que el cerebro está en pleno desarrollo.

 Entre los dolores crónicos que se han investigado en la edad temprana cabe destacar la tasa elevada de dolor musculoesquelético, así como la migraña, dolor de tripa, tortícolis espasmódica, “dolor de crecimiento”, etc.

Frecuentemente, tras una exploración clínica exhaustiva no aparecen signos de daño en el tejido, lo cual no significa que el dolor sea fingido o generado por el propio individuo. Es fácil que, ante la ausencia de enfermedad, culpemos al niño de inventarse los dolores.

“El dolor siempre es real, el niño no se lo inventa ni lo utiliza para su propio provecho”.

El dolor es un sistema de alarma esencial para la supervivencia del ser humano y su función no es otra que proteger al individuo. Ello requiere que el cerebro realice un complejo proceso de evaluación de amenaza de daño consumado (se ha producido), inminente (se va a producir) o imaginado (podría llegar a producirse) que promueve la conducta de evitación de dicho daño.

Cuando el dolor no se ajusta a la realidad de los tejidos, es decir, cuando no está cumpliendo una función protectora útil (han pasado más de 3-6 meses tras la lesión y perdura, o no ha habido ningún daño y el dolor continúa) diríamos que el cerebro ha cometido un error en la evaluación de peligro. Hay dolor sin daño.

Gracias a la plasticidad neuronal el sistema nervioso tiene la capacidad de aprender a través de experiencias (propias o ajenas) o adquisición de información (experta o no). El cerebro emplea la información para predecir, imaginar, anticiparse, y así mejorar su función defensiva, pudiendo en ocasiones excederse en este cometido y activar el sistema de alarmas (dolor) cuando no hay una razón biológica que lo requiera (daño consumado o inminente).

El cerebro del niño está aprendiendo a diferenciar los peligros no sólo externos, sino también a definir el estado de los tejidos internos. Está aprendiendo a responder a los estímulos de la vida diaria y a interpretar la información que le llega de sus propios tejidos. Este aprendizaje, como cualquier otro, puede contener errores y nosotros (familiares, sanitarios, profesores..), podemos potenciarlos o enseñarle a corregirlos. Nuestra conducta frente al dolor y la información que le transmitamos al niño es determinante en este proceso.

A través de la Educación Terapéutica en Neurociencia podemos influir en la manera en que el cerebro gestiona la función del dolor. Se realizan sesiones pedagógicas conjuntas con el niño y los padres, acercando el conocimiento sobre la biología del dolor de una forma sencilla, asequible y amena a través de juegos, vídeos y ejemplos comprensibles para el niño.

** Lectura recomendada: "Cuentos analgésicos", de Carlos López Cubas (Ed. Zérapi). Está dirigido a padres con la intención de transmitir ideas a sus hijos para una percepción del dolor saludable.


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