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Cuando una persona se queja de dolor, sus familiares y amigos se esfuerzan por atenderle lo mejor posible: escuchan, aconsejan, ayudan a buscar soluciones… Pero a veces el tiempo pasa y el dolor aprieta cada vez más, y las soluciones que antes aliviaban el sufrimiento dejan de hacerlo. Los analgésicos ya no funcionan y la persona ha probado todas las terapias alternativas y convencionales que existen en el mercado.
Las pruebas médicas siguen siendo normales y llega un momento en que la ausencia de diagnóstico es una tortura. Los profesionales sanitarios comienzan a derivar al paciente al psicólogo o al psiquiatra, lo que frecuentemente conlleva una desconfianza de los seres cercanos sobre la realidad del dolor, o hace que lo achaquen a un proceso depresivo.
Y la realidad es que cuando el dolor no tiene una causa orgánica, puede ser mucho más intenso que el dolor asociado a una lesión concreta. Nadie puede imaginarse un dolor. El dolor se percibe o no se percibe, independientemente de su origen. Si una persona dice que le duele es porque le duele, aunque lleve quejándose 20 años de ello y el médico diga que está más sano que una manzana.
El conocimiento sobre la biología del dolor ha experimentado grandes avances en las últimas décadas. La medicina actual (incluida la fisioterapia) aún no ha incorporado este conocimiento, a pesar de basarse en conceptos científicos bien arraigados. Por ello es necesario un cambio de paradigma.
Según Lorimer Moseley, investigador de reconocido prestigio sobre la percepción del dolor, éste se define como “una experiencia desagradable consciente que emerge del cerebro cuando la suma de toda la información disponible sugiere que necesitas proteger una zona particular de tu cuerpo”.
El hecho de que el cerebro emplee “toda la información disponible” implica que no utiliza únicamente la información que le llega de los tejidos periféricos (músculos, articulaciones, tendones…) si no que incluye, entre otras, información procedente de la memoria, la cognición o las emociones.
Si una persona dice que le duele es porque le duele, aunque lleve quejándose 20 años de ello y el médico diga que está más sano que una manzana
Podríamos distinguir dos tipos de dolor:
El dolor es un recurso biológico, necesario para la supervivencia, que alerta al individuo sobre la presencia o la amenaza inminente de un daño estructural. Una vez reparada la lesión (esguinces, fracturas, quemaduras…) el dolor debe desaparecer.
El órgano encargado de gestionar la función del dolor es el cerebro. Cuando el cerebro realiza una evaluación de amenaza en una zona determinada, proyecta dolor en esa zona para alertarnos de que algo está sucediendo y que tomemos medidas al respecto.
Ahora bien, no hay un centro del dolor ni nervios por los que circula el dolor. El dolor se proyecta en la consciencia sobre una zona de nuestro cuerpo gracias al funcionamiento integrado de numerosas estructuras neurales. El cerebro trabaja con gran cantidad de información para tomar decisiones sobre dolor, amenazas de daño, peligros…, en definitiva, es el encargado de seguridad de nuestro organismo junto con el sistema inmune.
En el caso del dolor crónico, éste no se atribuye a la descarga de estímulos nociceptivos desde un tejido periférico lesionado en proceso de cicatrización y remodelación, sino que más bien obedece a un proceso de sensibilización central (una sensibilización desde el sistema nervioso central). No hay ninguna evidencia de daño, todas las pruebas médicas son normales, pero el dolor atosiga con intensidad y regularidad al paciente, es decir, hay dolor sin daño.
Una persona puede tener un cáncer y encontrarse perfectamente, o sufrir dolores intensos sin que haya ninguna evidencia de lesión en el organismo
Digamos que el sistema nervioso, en vez de funcionar en un estado de control normal del peligro, funciona en un estado de sensibilización, y responde con un dolor superior a lo normal a los estímulos que le llegan, los cuales además se encuentran amplificados.
Esta situación se repite en numerosas patologías que cursan con dolor crónico, como síndromes miofasciales, fibromialgia, jaquecas, problemas musculares, cervicalgias, lumbalgias, ciáticas, hernias discales, dolor postraumático, y un largo etc. El Sistema Nervioso amplifica las señales que le llegan y las interpreta reactivando los procesos memorizados de dolor.
En estos casos, el fisioterapeuta formado en neurobiología del dolor puede ayudarle a recuperar una función normal de protección por parte del sistema nervioso. Es decir, se puede reeducar al cerebro para devolver al individuo una percepción normalizada del dolor. Este trabajo consiste en:
Gracias a una extensa formación en neurobiología del dolor y una amplia experiencia profesional, nuestros fisioterapeutas pueden guiarle para afrontar su situación de dolor crónico. Así, las personas que padecen este problema reciben un tratamiento integrado, abordando todos los factores causantes de su dolencia: estructurales, funcionales y centrales.
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